Debutar con éxito conlleva la máxima
responsabilidad de cara a la segunda obra. Esa presión es la que siente el maniático
Calvin (Paul Dano), joven autor literario incapaz de abordar su siguiente
trabajo. Y esa carga es la que también recae sobre Jonathan Dayton y Valerie
Faris, directores de aquella agradable sorpresa llamada “Pequeña Miss Sunshine”
y que no han afrontado su segunda película hasta pasados 6 años después la
citada comedia indie.
Sobre la obsesión por la creación,
las musas, la búsqueda de la perfección y las relaciones de pareja habla “Ruby
Sparks”, de nuevo una simpática y más que agradable propuesta del dúo
realizador que en esta ocasión ceden el protagonismo creativo a la joven Zoe Kazan,
nieta del mítico director Elia Kazan y ávida guionista y encantadora
protagonista de la película que pone nombre a su personaje.
La ficción como madre de la
realidad provoca la materialización de la joven Ruby Sparks,
chica creada al antojo de las líneas de un Paul Dano woodyalienizado, que al
igual que ansía la perfección en su obra buscará ese mismo esplendor en la
figura de su invención. La original, que no novedosa (“La rosa púrpura del
Cairo”, “El invisible Harvey”) premisa sirve de excusa a Kazan para componer
una desenfadada y despreocupada comedia romántica agridulce que sigue el camino
marcado por títulos indies como “500 días juntos” a la hora de definir los límites
de la convivencia, de la sumisión dentro de las relaciones de pareja, de
moldear a lo Pigmalion a tu doble hasta deshacer la confianza y el respeto, de la difícil coexistencia
entre la fragilidad del creador y el sufrimiento de su compañera de viaje.
No duda “Ruby Sparks” es
transformar la comedia en drama, caminos que alterna Zoe Kazan con la suficiente
desenvoltura interpretativa y que su catálogo de secundarios se encargar de
remarcar de una manera u otra (unos cómicos Antonio Banderas y Anette Bening), aunque
más allá de géneros es el componente mágico el que determina el carácter de una
película cuyo final dejará un poso de alegría y buenrollismo que aún lejos del maravilloso
optimismo de “Pequeña Miss Sunshine” no evita provocar una prolongada sonrisa y
buen cuerpo en el espectador.
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