Con apenas un título en su
filmografía, “Los duelistas”, Ridley Scott se embarcaba en 1979 en una cinta
radicalmente opuesta a su opera prima. De la Francia Napoleónica
al abismo espacial. De “Barry Lyndon” (Stanley Kubrick, 1975) a “Terror en el
espacio” (Mario Bava,1965).
“Alien”, la historia de una nave,
Nostromo, en la que sus 7 tripulantes detectan y emprenden la búsqueda de una
señal de origen desconocido hasta descubrir una amenaza en forma de criatura alienígena,
permitió a Scott redefinir el género de ciencia-ficción y de paso reinventar una vertiente del terror sobre lo desconocido, el terror espacial. Lo hizo apoyándose en unos pilares básicos, el arte conceptual
del suizo H.R.Giger, creador de la famosa figura del alien, de las viscosas y
góticas entrañas del Nostromo y la misteriosa y varada nave en la que se
encuentra a la criatura conocida como “Space Jockey” (el nexo de unión con
“Prometheus”, la reciente revisitación de la saga), el diseño de los trajes de
astronauta realizados por el genio francés Moebius, la habilidad técnica en
animatronics de Carlo Rambaldi o la mente escritora para la ciencia ficción de
Dan O´Bannon, responsable del guión original sobre cual se introdujeron leves
modificaciones.
Con un arranque que nos ubica en
un futuro incierto, donde las misiones interplanetarias, las computadoras
(“madre” es una suerte de “Hal 9000”
femenino) que marcan directrices a seguir y la hibernación humana están a la orden
del día, la expedición espacial de la Nostromo, de la que poco o nada sabemos,
camina de vuelta a casa.
Se maneja escasa información en este prólogo en el cual no importa el antes y sí todo lo que acontezca con posterioridad a la detección de la señal que obligará a la tripulación a tomar tierra. Scott, con un tempo lento que caracteriza toda la película, apenas muestra el cometido particular y/o relaciones interpersonales de cada uno de los tripulantes y especialmente hace hincapié en la atmósfera de la Nostromo, moviendo la cámara con sutileza y pausa por los rincones de la embarcación sembrando una calma tensa que jamás abandonará la narración aún cuando la amenazante criatura haga acto de presencia.
Se maneja escasa información en este prólogo en el cual no importa el antes y sí todo lo que acontezca con posterioridad a la detección de la señal que obligará a la tripulación a tomar tierra. Scott, con un tempo lento que caracteriza toda la película, apenas muestra el cometido particular y/o relaciones interpersonales de cada uno de los tripulantes y especialmente hace hincapié en la atmósfera de la Nostromo, moviendo la cámara con sutileza y pausa por los rincones de la embarcación sembrando una calma tensa que jamás abandonará la narración aún cuando la amenazante criatura haga acto de presencia.
Con la búsqueda de vida exterior,
Scott dejará a un lado la opresiva descripción de ambientes para poner en
práctica el plano subjetivo de los protagonistas, lo que incentiva la angustia
en otro de los muchos hallazgos de realización de la película. El ataque
por parte de un inquietante y adherente parásito a Kane (John Hurt) comenzará a
definir los roles de los protagonistas -el liderazgo de Dallas (Tom Skerrit),
la racionalidad de Ripley (Sigourney Weaver), la dualidad de Ash (Ian Holm)-,
al tiempo que dará inicio a la presencia de ese “octavo pasajero” (subtitulo de
la película en su traducción española) que surgirá del vientre de Kane en una
de las secuencias más inesperadas, terroríficas y legendarias de la historia
del cine (el llamado "chest bursters", rompe pechos).
La bestia está suelta pero no es
visible. Menos es más. Al menos así lo quiso Ridley Scott en el enésimo acierto de la cinta. Sustituir
lo explicito por lo sugerente, no mostrar jamás al alien de cuerpo entero (dentro
del cual estaba el gigante africano Bolaji Badejo) sino en fugaces apariciones,
jugar constantemente con el fuera de campo, generar la turbación y el
desasosiego a través de continuos travellings por los sobrecogedores pasillos de la
nave acompañadas de un uso inteligentísimo de los efectos sonoros (esos latidos
de corazón, esas gotas de agua que caen, los ventiladores) y de la mirada despavorida de un felino.
Como pasar de pura
ciencia-ficción a un nuevo subgénero, al terror espacial más puro, donde la
criatura y su darwinismo latente convierte a “Alien” en un drama de superviviencia
en el que se erigen dos figuras clave; la de un robot, Ash, (campo que
posteriormente exploraría Scott con la no menos genial “Blade Runner”) cuya
apariencia humana está en contradicción con sus ordenes, que destaparán los
verdaderos intereses de la compañía detrás del proyecto, y que incluso
intentará poner fin a la vida de Ripley (Weaver), auténtica protagonista a
posteriorí de la saga y por primera vez héroina en un terreno eminentemente masculino. Su cara a cara final con el alien, (al cual siempre se la han atribuido connotaciones sexuales) con una Ripley que destapa su femenidad en forma de ropa interior y una criatura aparentemente aletargada supone un climax tan medido y sosegado como el tempo con el que Ridley Scott nos acostumbra durante toda la película, dejando para la regresiva cuenta de explosión de la Nostromo un suspense in-crescendo que se une al horror del enfrentamiento directo con la alargada criatura.
Sublimacion de un género, iniciadora de un nuevo estilo narrativo, precursora de una saga que derivó hacía el terreno de la acción de corte ochentero y noventero y referencia absoluta para multitud de títulos que surgieron con posterioridad (algunos de ellos maravillosos como "La Cosa" de John Carpenter), "Alien" no ha perdido un ápice de vigencia en sus revolucionarios hallazgos, ni siquiera le ha abandonado la tensión constante que le caracteriza, mostrandose todavía superior a la gran mayoría de sus imitadoras. Todo lo contrario que la carrera de su director, el cual consiguió, apenas tres años despúes, alcanzar una cima ("Blade Runner", 1982) que jamás ha vuelto a tocar en innumerables e infrucutosos intentos.
Sublimacion de un género, iniciadora de un nuevo estilo narrativo, precursora de una saga que derivó hacía el terreno de la acción de corte ochentero y noventero y referencia absoluta para multitud de títulos que surgieron con posterioridad (algunos de ellos maravillosos como "La Cosa" de John Carpenter), "Alien" no ha perdido un ápice de vigencia en sus revolucionarios hallazgos, ni siquiera le ha abandonado la tensión constante que le caracteriza, mostrandose todavía superior a la gran mayoría de sus imitadoras. Todo lo contrario que la carrera de su director, el cual consiguió, apenas tres años despúes, alcanzar una cima ("Blade Runner", 1982) que jamás ha vuelto a tocar en innumerables e infrucutosos intentos.
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