Hay películas que desafían la
linealidad argumental, los convencionalismos narrativos, lo racional. Títulos
que utilizan el poder de la imagen para seducir, los límites de la cordura para
remover al espectador y la abstracción para conseguir la atracción. “Holy
Motors” es de esas películas singulares, incomparables, insólitas y
sorprendentes capaces de perturbar y perdurar en el recuerdo. También dispuesta
a resultar inaccesible y repulsiva. En definitiva, una obra sobre la que es
imposible apartar la mirada.
Un acontecimiento único para el séptimo arte, el cual se aleja de
tanto en tanto de sus costumbres para otorgar experiencias apasionantes como
esta.
Efectivamente, “Holy Motors” no
es una obra ni mucho menos fácil. Para nada una película que debas recomendar a
tu amigo o a tu primo. Si amas “Holy Motors”, abstente de transmitir tu
desmedido entusiasmo por ella e intenta trasladar su capacidad de desconcierto.
Si, en cambio, la odias entiende que, en realidad, se trata una experiencia única
e individual para con el espectador ("la belleza está en el ojo de espectador" llega a pronunciar Michelle Piccoli en su fugaz aparición). Sólo así evitarás generar la animadversión
sistemática sobre una película a la que puedes admirar con tanta vehemencia
como detestar.
Puestos a sacar conclusiones
sobre su propuesta metacinematográfica, es posible afirmar que Leos Carax, sin atender a los códigos, ha
querido homenajear al cine, a sus diferentes formas de expresión y épocas (desde
sus imágenes primigenias hasta su el desarrollo de la era digital), honorar el
trabajo del actor, hablar de los límites de la interpretación y sus múltiples
personalidades a través del viaje en limousina del alter ego de Carax, un Denis
Lavant absolutamente entregado a sus diferentes roles que van desde el actor de
captura de movimiento, a abnegado padre de adolescente, pasando por demente
vagabundo, asesino o acordeonista. De la animación al musical visitando el
drama, romance o el absurdo. Realidad y ficción se confunden a cada paso que Carax da,
en cada encargo que el Señor Oscar (Lavant), recibe, reclamando únicamente el
acompañamiento del espectador en su provocadora sucesión de secuencias cuyo
exclusivo hilo argumental es su actor y su constante transformación física
dentro de la citada limousina.
Con momentos de verdadera
genialidad y magnetismo (especial mención a los números musicales) y otros insanos, sucios, bizarros
como el pasaje que une al Sr. Mierda (personaje extraido del corto "Tokyo!" de
Carax) con Eva Mendes, “Holy Motors” es ante todo, una de esas películas
hipnóticas, fascinantes, estupidas y salvajes. Una manera libre y estimulante de narrar, de esas que cada cierto tiempo nos recuerdan que el cine es uno de
los vehículos de subversión más potente y sugestivo que existen
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