Proyecto largamente acariciado
por el hindú M. Night Shyamalan, “La vida de Pi” habría sido todo un caramelo
para las inquietudes cinematográficas del director de “El Protegido”, siempre
empeñado en hablar de la fragilidad del hombre, de su fe y la creencia como
motor del ser humano, cualidades básicas para entender el relato de Yann Martel.
Pero no ha sido Shyamalan, ni Cuaron, ni Jean Pierre Jeunet los que se han
puesto tras las cámaras para narrar esta fábula colorista y mágica, sino un
director acostumbrado a aportar oficio y sobriedad a todas y cada una de las
películas y géneros que ha abordado, Ang Lee.
El director de “Tigre y Dragón” o
“Brokeback Mountain” realiza con “La vida de Pi” su película más fantástica, su
mayor apuesta visual y su más moralizante obra, en una narración cuya forma supera
con creces a su fondo espiritual y místico.
Porque, efectivamente, es ésta
película uno de esos ejemplos en que lo técnico se impone al fondo de su cuestión,
en que el evidente y cándido mensaje implícito queda diluido por la plasticidad
de su propuesta.
Con un arranque cuya voz en
primera persona muestra a modo de cuento la vida y milagros de su protagonista,
Piscine Molitor, “alias Pi”, pronto nos encontraremos con un naufragio y una
suerte de arca de Noé donde el joven Pi y un tigre de bengala de nombre Richard
Parker se enfrentarán a la supervivencia y a la amistad en mitad del océano. “La
vida de Pi” pasará a ser una aventura fascinante, naturalista, dominada a ratos
por el efecto 3D, de iluminada poética y momentos fabulosos para guardar en la retina. El vuelo
inesperado de una ballena luminosa o la visita a una alucinante isla repleta de
suricatos aportan la magia a un relato que posteriormente desvelará su condición
de parábola, expondrá su estrecha frontera entre realidad y ficción e intentará
transmitirnos la creencia en un Dios. Por fortuna, “La vida de Pi” ilustra más
que adoctrina y la potencia de su preciosa fábula es más fuerte que su condición
de predicación fílmica. No había sido posible de otra manera, Su apabullante experiencia visual se impone a otras experiencias
de carácter más filosófico antes que abrazarse a ellas.
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