En 1956, Alfred Hitchcock dirigía “Falso culpable”, película que se distinguía de otras de su filmografía al interesarse más por describir las consecuencias dramáticas derivadas del suspense que por desarrollar el propio suspense en sí. Lo hacía alrededor de una de sus figuras favoritas, la del acusado erróneo, y en aquella ocasión, también sobre su la figura de su esposa, a la que Hitchcock apuntaba como verdadera victima de las secuelas no penales y sí psicológicas de la falsa incriminación y, especialmente, de la insoportable presión social a la que tuvo que hacer frente. Con la mirada perdida y el gesto petrificado de Vera Miles en los planos finales de “Falso Culpable”, Hitchcock venía a decirnos que la privación de libertad está más allá de unos barrotes y una condena a cumplir.
Multipliquemos la agresividad de la sociedad pública de antaño (mitad de los años 50) por la de ahora, con la depravación progesiva de la prensa escrita y audiovisual, la inercia colectiva conforme a las corrientes de opinión y la difusión instantánea de información (manipulada o no) por las redes móviles, para entender así la gigantesca pesadilla a la que debe enfrentarse Nick Dunne (Ben Affleck) en “Perdida” cuando su asombrosa esposa Amy (Rosamund Pike) desaparece y él es señalado furiosamente como culpable de asesinato.
A diferencia del Hitchcock de “Falso Culpable” y pese a tener un armamento entero cargado de munición para poder elaborar su discurso alrededor de los poderosos daños humanos provocados por los intereses mediáticos y el linchamiento social en el siglo XXI, Fincher elige decantarse por la intriga, y la investigación policial antes que por el drama humano. Y otra más, prefiere revertir la figura femenina protagonista de Santo Mártir a Maquiavelo, lo cual nos indica, que más que aprovechar las posibilidades que otorgaba el subtexto del best-seller escrito por Gillian Flynn (como modificamos nuestros comportamientos para condicionar la opinión pública, la facilidad de la prensa amarilla para alterar un discurso que previamente ha defendido a capa y espada) se ha concentrado en ser incondicionalmente fiel (algo nada inusual en la carrera de Fincher) al thriller conyugal derivado de la novela original. Más cuando ha sido la propia escritora de “Perdida”, Gillian Flynn, la encargada de elaborar un guión que apenas se aparta un milímetro de su obra principal.
Descartada así, la posibilidad de dinamitar la hipocresía de medios de comunicación y sociedad o por qué no, de tu propia persona, el punto de mira de esta adaptación cinematográfica es único y concluyente; la identidad del otro en las relaciones de pareja. Una perversa y caústica vuelta de tuerca a la fingida felicidad del matrimonio explorada a través de piruetas narrativas y cerradas curvas argumentales en las que se alternan voces en off con flashbacks de dudosa veracidad, cambios de puntos de vista y violentos giros de guión protagonizados por dos seres adustos y antipáticos. Clasistas, artificiales y enamorados de la apariencia. El thriller del antiromance.
Es ese ejercicio de contorsionismo con el que Flynn expuso su retorcida historia a sus numerosos lectores y la sarcástica y manipulada historia de amor entre hombre y mujer jugando a ser felices el principal interés de Fincher para con el espectador. Como ya es habitual en un creador que ha sido capaz de inventar muchas de las señas de identidad del thriller moderno, la adaptación formal de la obra de Flynn se situa entre la suficiencia y lo modélico. La fotografía fría y oscura de Jeff Cronenweth sumada a la música envolente y de Trent Reznor y Atticus Ross y el suave deslizar del objetivo de Fincher convierten lo que era un thriller a priori complejo y sinuoso para el lenguaje cinematográfico en un producto asequible y sobrio en manos del director norteamericano. El fondo, sin embargo parece algo más discutible. Abandonado Fincher a la escritura de Gillian Flynn, lo que en la novela suponía un relato de intriga movido por el desencanto del afecto,las ilusiones rotas,la ingenuidad sentimental mancillada, en la cinta es la naturaleza embustera y pérfida de sus pareja protagonista la que alimenta el relato, quedando relegado a escasas pinceladas lo acertado de ese incisivo estudio sobre hasta donde hay que ceder o hasta que punto debes moldear tu persona para lograr la felicidad de quien comparte tu cama.
Gana el thriller, sí, con esos intrincados volantazos, ese jugar al despiste con la audiencia y esa Rosamund Pike desatada y furibunda en el tramo final de la cinta que hacen que sobrellevemos los más de 145 minutos de metraje sin que tengamos mucho tiempo para pensar por qué carajo se han enamorado tan rápido esos dos seres humanos (hay escasas muestras de cariño mutuo en pantalla) o por qué Ben Affleck y Neil Patrick Harris parecen elecciones de casting mejorables. Pero lo que debemos preguntarnos es cómo una adaptación tan devota de la novela original puede perder gran parte de su esencia en el camino.
0 comentarios