27 de diciembre de 2012


Que osadía la suya. Tom Hooper, reluciente ganador del Oscar por la flemática “El discurso del Rey” decidió adaptar a la gran pantalla el musical surgido a partir de la obra de Victor Hugo, “Los Miserables”. Primer acto de fe. Segundo atrevimiento; lejos de explayarse en un grandilocuente despliegue de diseño de producción que una obra así en los tiempos que corren demandaba, Hooper acerca la cámara hasta su paroxismo, la fija y la convierte en simple testigo de la interpretación de su reparto, dejando de lado todo lo demás, parando el tiempo en el rostro entregado de sus actores, ignorando que el musical puede ser también coreografía y exceso cromático. Y eso, de primeras, sorprende. Porque de toda la vida hemos entendido el musical como algo de desbordante dinamismo y energía y de repente Hooper se retrotrae al periodo mudo del séptimo arte para decirnos que en la expresividad de un rostro está la razón de ser de una película. Que el gesto y la sola voz pueden condensar en si mismo toda la potencia y vigor que el género suele garantizar.

No alcanzo a saber si Hooper ha reinventado el género, pero desde luego ha conseguido que su mirada hacía él luzca tan polémica y revolucionaria como una calle de Paris en pleno 1848. Para ejecutar semejante idea hay que confiar mucho en el reparto. Y el reparto en ti. Y el realizador británico lo hace. Otorga plenos poderes a Hugh Jackman, cuya evolución física en la piel de Jean Valjean es admirable, ofrece a Anne Hathaway el “I dreamed a dream” de Fantine en una secuencia para la historia, logra sacar el máximo partido a la potente presencia en pantalla de Russell Crowe como Javert y se permite descubrir el talento de promesas como Eddie Redmayne o Samantha Barks (interprete de la versión teatral londinense). En su entrega y facultades está el sobresaliente resultado final de “Los Miserables” consiguiendo hacer de un largo primer plano y una interpretación vocal una inesperada pero perfecta conjunción para un musical de probada grandeza.

Apenas encontraremos coreografías en esta adaptación (el número de las prostitutas, el alivio cómico de los Thérnardier) donde el contexto histórico y la escenografía quedan relegados a un segundo plano, donde la oportunidad de elaborar una mastodóntica producción de las de antaño se difumina con la obsesión angular de Hooper, (que intercala con unos menos afortunados  zooms que se multiplican en su tercer acto, casual y alarmantemente parecido a la realidad social actual ) donde toda la emoción recae en las entrañas dramáticas de sus actores. Habrá quien tache a Hooper de director menor o pusilánime, pero en realidad estamos ante una decisión de autor, controvertida, en efecto, pero de esas que se alejan de convencionalismos y que además mantiene la coherencia con su propio cine, y si no recordemos la ansiedad de Colin Firth ante el micrófono en “El discurso del Rey”. También, cómo no, en primerísimo primer plano.
Tagged
Different Themes
Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

0 comentarios