Hace apenas 15 días, una turista holandesa de nombre Willemijn Vermaat destrozó una estatua de Buda del siglo XII situada en uno de los templos de Angkor en Camboya. Vermaat explicó que había viajado sola a Camboya y que empujó la estatua porque “de ningún modo pertenecía a ese templo”.
Apenas 3 meses antes, un empleado de un hotel de cinco estrellas de Nueva Delhi encargado de aparcar los coches de los huéspedes, estrelló contra un muro de hormigón el Lamborghini de un rico magnate hospedado en el hotel, saliendo sospechosamente ileso del accidente en el que el vehículo quedó destrozado.
Remontándonos solo unos meses más atrás, el pasado 21 de mayo una anciana septuagenaria de Nancy (Francia) mató a su marido y lo desmembró. Después de descuartizarlo, utilizó su corazón, su nariz y su pene para preparar un caldo de sopa, que se tomó a modo de cena. Cuanto terminó, se dirigió a la comisaría completamente ensangrentada, donde declaró su crimen.
Tres sucesos nada alejados en el tiempo, extraordinarios e insólitos, en los que individuos anónimos decidieron actuar violentamente y sin contemplaciones sobre situaciones cotidianas convencidos de que esa solución, fuese o no la correcta, era la más liberadora y justa para ellos en ese preciso instante.
La profunda crisis financiera que vivimos ha traído consigo cambios en lo que a las movilizaciones sociales se refiere. En el modo de organizarse a la hora de mostrar disconformidad y protestar frente a las injusticias políticas y sociales. La era del movimiento indignado.
Han surgido manifestaciones plurales,sí, pero el individuo particular, hastiado, disgustado y frustrado, a menudo siente la indefensión ante las injusticias diarias, estando falto de una reivindicación personal, de una expresión particular que de rienda suelta a sus tensiones acumuladas. Y cuando el ser humano se rebela por su propia determinación, casí siempre lo hace en las situaciones o contextos más inesperados y circunstanciales, incluso erroneos, como bien pudiera ser una estatua camboyana, un vehículo de alta gama, el que convive a tu lado o simplemente alguien que pasaba por allí.
Un buen compendio de esos "basta ya" del ciudadano medio es "Relatos Salvajes", la película sensación del año en Argentina, dirigida y escrita con astucia por Damian Szifron, producida por El Deseo de los hermanos Almodovar, aplaudida en San Sebastian y Sitges y representante al Oscar por aquel país. Desde su estreno local ha venido gozando del beneplácito del público (8 semanas liderando la taquilla argentina) al mostrarse como una comedia divertidísima y balsámica ante la irritación generalizada del sufridor a pie de calle.
Dividida en 6 episodios independientes entre sí, "Relatos Salvajes" tiene un fin común, atentar contra estratos y grupos que serán muy familiares al espectador. Siempre desde el humor negro y la rabia contenida, entre lo macabro y lo vengativo y en los que el funcionario apático, el cliente déspota, el marido infiel, el conductor prepotente o el adinerado corrupto pasan a ser victimas de las embarazosas situaciones que plantea el muy eficaz guión de Szifron en cada uno de sus episodio.
Acompañada de una mezcla músical inverosimil que une a Gustavo Santaolalla con "Flashdance", unos créditos que apuntan el lado animal del ser humano, un elenco de actores argentinos de primer nivel en el que figuran Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia o Dario Grandineti y una realización ágil y furiosa, "Relatos Salvajes" supone un divertimento contemporáneo negro y osado, una película terapéutica para el espectador, capaz de identificarse con alguna o muchas de las situaciones que plantea la cinta de Szifron. No parece casualidad que tres de sus historias tengan como denominador común el coche, pequeño espacio donde el hombre saca a relucir su lado más salvaje, ese al que se refiere este título desde que comienzan sus créditos iniciales. Una película que redescubre al cine como medicina contra la cólera de nuestros días, la indignación.
La profunda crisis financiera que vivimos ha traído consigo cambios en lo que a las movilizaciones sociales se refiere. En el modo de organizarse a la hora de mostrar disconformidad y protestar frente a las injusticias políticas y sociales. La era del movimiento indignado.
Han surgido manifestaciones plurales,sí, pero el individuo particular, hastiado, disgustado y frustrado, a menudo siente la indefensión ante las injusticias diarias, estando falto de una reivindicación personal, de una expresión particular que de rienda suelta a sus tensiones acumuladas. Y cuando el ser humano se rebela por su propia determinación, casí siempre lo hace en las situaciones o contextos más inesperados y circunstanciales, incluso erroneos, como bien pudiera ser una estatua camboyana, un vehículo de alta gama, el que convive a tu lado o simplemente alguien que pasaba por allí.
Un buen compendio de esos "basta ya" del ciudadano medio es "Relatos Salvajes", la película sensación del año en Argentina, dirigida y escrita con astucia por Damian Szifron, producida por El Deseo de los hermanos Almodovar, aplaudida en San Sebastian y Sitges y representante al Oscar por aquel país. Desde su estreno local ha venido gozando del beneplácito del público (8 semanas liderando la taquilla argentina) al mostrarse como una comedia divertidísima y balsámica ante la irritación generalizada del sufridor a pie de calle.
Dividida en 6 episodios independientes entre sí, "Relatos Salvajes" tiene un fin común, atentar contra estratos y grupos que serán muy familiares al espectador. Siempre desde el humor negro y la rabia contenida, entre lo macabro y lo vengativo y en los que el funcionario apático, el cliente déspota, el marido infiel, el conductor prepotente o el adinerado corrupto pasan a ser victimas de las embarazosas situaciones que plantea el muy eficaz guión de Szifron en cada uno de sus episodio.
Acompañada de una mezcla músical inverosimil que une a Gustavo Santaolalla con "Flashdance", unos créditos que apuntan el lado animal del ser humano, un elenco de actores argentinos de primer nivel en el que figuran Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia o Dario Grandineti y una realización ágil y furiosa, "Relatos Salvajes" supone un divertimento contemporáneo negro y osado, una película terapéutica para el espectador, capaz de identificarse con alguna o muchas de las situaciones que plantea la cinta de Szifron. No parece casualidad que tres de sus historias tengan como denominador común el coche, pequeño espacio donde el hombre saca a relucir su lado más salvaje, ese al que se refiere este título desde que comienzan sus créditos iniciales. Una película que redescubre al cine como medicina contra la cólera de nuestros días, la indignación.
divertidísima!!!