Hasta la fecha y con solo dos títulos en su haber, el norteamericano Mike Cahill se está mostrando como uno de los directores norteamericanos más interesantes de su generación, con una capacidad especial para dotar de sensibilidad y emociones a sus relatos, sacar el máximo provecho de modestas producciones y mostrarse especialmente atraido por la ciencia hasta el punto haber cimentado sus dos primeros relatos a partir de ella.
Tras debutar en la ficción con la humilde e indie “Otra Tierra”, película que marcaba las pautas e intereses del cine del realizador donde el drama personal marcado por un acontecimiento trágico encontraba una válvula de escape en la ciencia-ficción íntima marcada por la pasión de su protagonista principal (Brit Marling, que repite colaboración) por la astronomía, Cahill se enfrenta ahora al siempre complicado segundo trabajo sin desviarse un ápice de sus preferencias como autor.
"Orígenes" vuelve a ser una historia sensible y conmovedora, como ya lo era, "Otra Tierra", compartiendo con ella el estilo independiente depurado y elegante, la excusa de ese hilo conductor científico y de ciencia-ficción como medio para contar una preciosa historia de amor protagonizada por un biólogo molecular -al que interpreta Michael Pitt ("Soñadores")- obsesionado por el iris y el proceso evolutivo del ojo humano, que una noche se enamora de una chica, encarnada por la actriz de origen español, Astrid Bergés-Frisbey, cuyos ojos son particularmente especiales.
Lo que comienza como un romance donde las casualidades juegan un papel importante, girará hacía el drama por medio de un giro argumental descorazonador. Es en ese momento cuando el trasfondo científico que permanecía relegado a un segundo plano por la historia romántica cobra relevancia, entrando en escena temas eternamente discutidos como el dilema entre ciencia y fe, religión o azar. La gran virtud de Cahill es no solo saber integrar con solvencia y naturalidad estos dispares temas en su película, sino también ser emotivo en sus intenciones. El resultado es un título a medio camino entre lo espiritual y lo racional, a ratos fascinante, que reflexiona sobre los límites del ser humano en el universo. Una obra delicada, más ambiciosa de lo que su aspecto indendiente muestra y que funciona armonicamente en su híbrido de géneros, cualidades que la hicieron merecedora del Premio a la mejor Película en la pasada edición del Festival de Sitges.
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