25 de noviembre de 2014

A principios de 1995, yo tenía 12 años, pero insistía continuamente en que en apenas unos meses serían 13 y no 12, como si esa nueva edad significase un salto inmediato e irreversible a la madurez. 

Por aquel entonces, acudía al cine por encima de mis posibilidades y veía un buen número de películas, todavía asesorado por mis padres, especialmente por mi padre, el cual, por defecto profesional, vivía continuamente informado de las calificaciones morales de las películas que se estrenaban cada Viernes.
Por ejemplo, ellos consideraban que era adecuado que viese “Loca Academia Misión en Moscú” pero no “Seven”. Que “Los Picapiedra”, “Superdetective en Hollywood III” o “Speed” era aptas para mi como no lo eran “Heat” o “Casino”. Comedias, cine familiar o cintas de acción para todos los públicos tenían el beneplácito parental, con algunas concesiones excepcionales como “La nueva pesadilla de Wes Craven”, por eso de las gafas 3D.
Yo, que ya tenía la escalofriante edad de “casi 13 años”, me rebelaba contra películas como “Casper”, demasiado infantiles para alguien de mi avanzadisima edad y abrazaba con entusiasmo las andanzas de Bruce Willis y Samuel L. Jackson en “La Jungla de Cristal. La Venganza" donde el bueno de John Mclane decía tacos y desactivaba bombas por las calles de Nueva York.
Andaba buscando el equilibrio cinéfilo de la pubertad, ese periodo vital completamente comprometedor donde cada decisión tiene una trascendencia fundamental para tu yo futuro.

Entonces, un 30 de marzo de 1995, llegó a las pantallas españolas “Dos tontos muy tontos”, película cuyo título apuntaba, a ojos de los tutores de mi educación, risas ingenuas adecuadas para seres imberbes y cuyo protagonista, Jim Carrey, actor de comicidad gesticulante, había pasado el filtro censor gracias a dos simpaticos y recientes estrenos como eran “Ace Ventura” y “La Máscara”.
Y allá que fui, un tanto receloso, pues aunque había disfrutado con el Jim Carrey de “Ace Ventura” y “La Máscara” prefería ver otros títulos que se proyectaban en los cines de Albacete en aquel preciso momento como “Cadena Perpetua” o “Pulp Fiction” los cuales se ajustaban más a mi recien emprendida misión de crecer cinematográficamente. 

No tuve tiempo para lamentarme porque aunque, efectivamente, había un buen catálogo de las muecas de un Jim Carrey en pleno apogeo así como algún chiste más bobalicón de lo normal, “Dos tontos muy tontos” supuso ser una obra clave y fundamental para alguien en plena edad del pavo, ávido de descubrir pero más acostumbrado a reir como era yo en 1995. 
Había pasado automáticamente de la comedia blanca a la comedia completa, donde escatología, estupidez, parodia, algo de humor negro, absurdo y humor físico se daban la mano alternando largos viajes en carretera con éxitos musicales de los 90. Aquellas semanas, coincidiendo con las vacaciones de Semana Santa acudí una y otra vez al cine, casi compulsivamente, a ver los mismos gags protagonizados por Jim Carrey y Jeff Daniels habiendo ya olvidado que “Cadena Perpetua” y “Pulp Fiction” también se estaban proyectando.

Con el paso de los años, avancé en la comedia.Descubrí a Blake Edwards y Peter Sellers, a Mel Brooks, a los Zucker y a Leslie Nielsen, a Lemmon y Matthau, a Harold Ramis, a Chaplin, los Hermanos Marx y seguí muy de cerca la (desigual) carrera de Jim Carrey. Pero siempre tuve un hueco especial para la película con que debutaron los Hermanos Farrelly. Un título clave de la comedia de los 90 y de mi propia manera de entender el cine de humor. 
Cuatro años después llegaría “Algo pasa con Mary” que se llevaría las alabanzas unánimes de crítica y público en un intento casi consensuado de poner en el lugar que merecía al cine de comedia de los hermanos Farrelly. Pero no para mi. “Dos tontos muy tontos” ya apuntaba las mismas ideas tiempo antes.

Ahora han pasado algo más de 20 años desde el estreno norteamericano de “Dos tontos muy tontos”. Yo ya sobrepaso los 32 años y no voy diciendo por ahí que tengo casi 33, sino más bien todo lo contrario. Peino alguna cana y tapo alguna entrada. Hago deporte para poder mantener la forma y sigo yendo al cine con parecida asiduidad. Es por eso que volver a ver a Harry y Lloyd en la gran pantalla significa lo mismo que encontrarte a un viejo amigo del colegio con el que cambiaste cromos y patadas a un balón. Te alegras de volver a verlos y el rato compartido podría ser lo más parecido a viajar atrás en el tiempo, aunque no puedes evitar analizar cual ha sido su evolución y como ha cambiado uno mismo desde entonces. 

Harry y Lloyd también han envejecido pero siguen haciendo las mismas tonterias sin temor a resultar decadentes. No han evolucionado. Han estado en su propio letargo y salen de su refugio para repetir gags, viajes por carretera y chistes sobre disminuidos físicos como si fuera 1994. Te da un poco de compasión ver que para ellos todo sigue igual, rozando los 50 años y tan idiotas como siempre, haciendo las mismas bromas pero menos ágiles que entonces. Aunque entiendes que, para un rato que vuelves a verlos, no es momento de enjuiciarlos y si de agredecerles aquellos buenos ratos de hace dos décadas prestando atención a sus benditas patochadas. 

Decido dejarme llevar y me sorprendo a mi mismo llorando de la risa con “Dos tontos todavía más tontos” recordando con estos dos viejos retrasados tiempos lejanos de cuando nos comiamos el mundo. Demuestran conocerme, brindandome un guiño a mi serie favorita, "Breaking Bad". Todo un detalle que aprecio. Nos secamos las lagrimas derramadas con las carcajadas, nos despedimos satisfechos y suena “Me and You” de Jake Bugg. Seguimos con nuestras vidas, que ahora elegimos nosotros, entendiendo que ese sentimiento llamado “nostalgía” no siempre tiene porque tener un significado negativo.
Different Themes
Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

0 comentarios