-¿Qué quieres ser de mayor?. La infantil respuesta a esta pregunta era siempre la de un modelo a seguir, la de alguien de carácter heroico, distinguido o de suma importancia para el niño en cuestión, que imaginaba su futuro como tal; Bombero, medico, futbolista, o para los mas imaginativos, astronauta.
Pues bien, yo quería ser...Cary Grant, porque tenia perfectamente comprobado que a todo bombero, médico o futbolista les hubiera gustado ser como Cary Grant.
Las característica innatas de este británico, nacido en Bristol cuando el siglo XX empezaba a andar, fueron las que convirtieron en un icono universal de la elegancia, distinción y carisma. El cine fue el vehículo en el que desarrollo sus virtudes para componer una de las figuras masculinas mas encantadoras y envidiadas.
Ningún traje le sentaba mal, ninguna mujer se le resistía y se podía permitir el lujo de hacer el payaso, vestirse de mujer o pasearse en bata sin caer en el ridículo. Caía bien a todo el mundo y siendo un completo seductor logro que el resto de los hombres no solo no le odiasen, sino que además le admirasen.
Desde que desapareció de la gran pantalla, por acertada decisión propia, muchos han buscado al nuevo Cary Grant, a un sucesor en la educación y el encanto, en la socarrona risa y en la versatilidad, han buscado llenar el hueco de un caballero perfecto.
Sus comienzos en pequeños vodeviles donde ejercía de malabarista, humorista y bailarín le dotaron de una comicidad que al mezclarse con sus maneras y distinción convertirían a Grant en la figura única e irrepetible que es.
De ahí su extrema capacidad para ejercer, sin perder nunca la compostura, su rol en dramas, comedias, aventuras, romance o suspense.
Sus comienzos en la Paramount, con pequeños papeles secundarios, derivaron en papeles de galán en comedias románticas que le unieron a Marlene Dietrich, Carole Lombard o Mae West, pero fue su encuentro con Katherine Hepburn y su perfecta complicidad en la pantalla, los que consiguieron popularizar un subgénero cómico, el llamado “screwball comedy”.
Un claro ejemplo fue “La fiera de mi niña”(1938), con sus gafas de doctor y su despiste, buscaba los huesos que le faltaban a su brontosauro mientras era perseguido por un leopardo y retenido por una enamorada Hepburn. Una de esas maravillas creadas por Howard Hawks, frenética, absurda y divertida de principio a fin, que iniciaría una etapa de máximo éxito para Grant, (finales de los 30 y principios de los 40), donde encadenaría grandes clásicos como “Luna nueva”(1940), una de las adaptaciones de la novela de Hecht y MacArthur en donde manejaba ingeniosos diálogos con una rapidez pasmosa, de nuevo de la mano maestra de Hawks, “Historias de Philadelphia” (1940), una vez mas al lado de Katherine Hepburn disputándose su amor con James Stewart, o la teatral comedia negra “Arsénico por compasión” (1944), dirigida por el optimista Frank Capra.
Pero lejos de caer en el encasillamiento de seductor, Grant bucearía por la aventura en sobresalientes cintas, “Gunga Din”(1939) o “Solo los Ángeles tienen alas”(1939) o por el suspense, desde que el orondo genio ingles, Alfred Hitchcock, lo eligiese como uno de sus dos “alter ego” (el otro fue James Stewart).
Con Hitchcok, Grant aprendió a portar con ambigüedad y elegancia un vaso de leche “Sospecha” (1941), participó en el mas claro ejemplo de Mcguffin hitchcockiano para la obra maestra “Encadenados”(1946), dando uno de los mejores besos jamás vistos en el séptimo arte, a una entusiasmada Ingrid Bergman, y fue un astuto y huidizo ladrón en “Atrapa a un ladrón”(1955).
Pero la verdadera obra para la posteridad del dúo británico, Hithcock-Grant, fue la persecutoria “Con la muerte en los talones”(1959), pura cinta de espionaje con continuos giros arguméntales, en donde Grant suavizaba la intriga de la historia con algún que otro momento verdaderamente divertido.
El actor reconoció en multitud de ocasiones no entender la trama de la película, en parte porque Hitchcock le oculto muchos fragmentos del guión con el fin de sembrar el desconcierto del actor, que se transmitiría así en el desconcierto del Roger Thornhill cinematográfico. Una obra redonda, recordada por la intensidad de sus escenas, como la de la subasta, o la que tiene lugar en el edificio de la ONU, pero sobre todo por esa avioneta asesina que hizo que Grant se manchase su impoluto traje.
En ese momento Grant vivía un excelente esplendor interpretativo, acababa de hacer una deliciosa cinta romántica “Tu y yo” (1957), compartió pantalla con la erótica Marylin Monroe en “Me siento rejuvenecer”(1952) y junto a otro mito, en este caso viviente, Sophia Loren, en la “española” “Orgullo y pasión” (1957).
Billy Wilder llego a decir de el “Grant no recibió un Oscar hasta muy tarde porque la estatuilla estaba destinada a actores que hacían de enfermos, malos o parapléjicos, algo que con el no iba”.
Llego a ser nominado por “Serenata Nostálgica” (1941) y “Un corazón en peligro” (1945) y recibió un Oscar honorífico en 1970 cuando llevaba cuatro años retirado de la gran pantalla.
Una jubilación anticipada por propia decisión, con el fin de mantener esa imagen intacta y perfecta del Cary Grant, joven, arrebatador y encantador. Una carrera que cerraría con “Apartamento para tres” (1966), a pesar de que en estos últimos años continuó interpretando a maduros galanes junto a jóvenes y bellas actrices como Audrey Hepburn en la hitchcockiana “Charada” (1963).
Cuentan que Grant mando sobre el guión de este film obligando a introducir chistes sobre su edad y que su eterna condición de conquistador, cambiase por su edad, a la de conquistado.
Ni los rumores de su posible homosexualidad o impotencia pudieron con Cary Grant. Había creado un personaje propio, inmortal e insustituible. Vivió como un caballero y se despidió como lo haría un caballero o...como solo lo haría Cary Grant, el hombre que todos quisimos ser alguna vez.
15 de junio de 2006
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No sé si me gusta el Cary Grant más joven o el de las últimas películas, de lo que no me cabe duda es que hacía más encantadoras las películas en las que aparecía, porque si algo fue Cary Grant, fue eso, encantador...
Que guapo!
Casi me haces llorar, qué bonito homenaje le has dedicado. Ojalá cuando yo me muera alguien hablara así de mi.
Conclusión: de haber sido hombre, yo también querría ser Cary Grant.
Un abrazo!
Cuando lo hicieron, rompieron el molde.
En cierta medida es como de mi familia, y ya se sabe que de la familia nunca se habla mal... XD
Muy buen homenaje.