Uno siempre sabrá que azules son los pitufos, como azules son los billetes de 20 euros, el agua de las piscinas, la portada de “A Hard day´s night” o las señales de sentido obligatorio. Que azul es una peli de Kieslowski, el uniforme del Chelsea y el mono de trabajo, las botellas de Solan de Cabras y el Doctor Manhattan.
Azules también son los Na´vi de James Cameron con los que el director canadiense ha querido revolucionar el cine. Claro, que de aquí a un tiempo dudo si recordaré si los Na´vi eran azules o verdes turquesa porque a mi, "ni fú ni fá".
En todos estos años de inactividad (o no), que van desde que el Titanic se estrelló (12 nada menos) James Cameron ha observado atentamente como evolucionaba el aspecto técnico del cine. El otro aspecto, el que no se ve, el que se siente, involucionaba, pero ante eso Cameron no ha tenido nada que decir o aportar.
Desde luego no cabía esperar que el retorno del “rey del mundo” fuese a ser intimista o modesto ya que la carrera de Cameron siempre ha sido un “in crescendo” de excesos. Pulcros y bien definidos. Coherentes y divertidos. Siempre primando el plano técnico pero jugando con las posibilidades de la ciencia-ficción, la acción o el drama de constantes trágicas y logrando referentes en cada uno de los géneros a los que accedía.
Esta vez, James Cameron ha querido ir más allá de todo eso. Alcanzar una perfección lejos de los Gollums, King Kongs, Beowulfes y demás creaciones con las que el cine ha ido aumentando sus posibilidades narrativas y visuales en los últimos tiempos, diseñando una película para el principal lucimiento de los exóticos lugares y personajes que la protagonizan, o quizá sería mejor decir; de las avanzadas técnicas que los hacen posibles. Porque si algo es “Avatar” es una demostración de poderío visual y técnico. De superioridad y petulancia. Donde el cine es tan solo un escaparate para mostrar la última de las tecnologías.
De ahí que la historia de Pandora, a medio camino entre la acción, el cine bélico y el drama romántico, con mensaje ecológico implícito y el enésimo desenlace final con robot gigante incluido (desde “Iron Man” hasta “Transformers” pasando por “Distrito 9” resuelven de semejante manera su climax final), parezca ser lo de menos en medio de todo el artificio. En sus 164 largos minutos, el argumento de “Avatar” se muestra tan simple, manido y predecible como el menos trabajado de los blockbusters. El interés es claramente otro y James Cameron descuida reforzar la personalidad de sus protagonistas (no hay más que ver como se difumina el fuerte carácter del personaje de Sigourney Weaver, el poco peso en la historia de los escuderos de los Na´Vi o la escasa empatía que emite el heroe protagonista), se olvida de potenciar la historia de amor entre Jake Sully y Neytiri, que al menos hubiese conmovido al espectador más sensible, y descarta jugar con las posibilidades de un género como la ciencia-ficción que tan bien conoce.
Con ello, la película carece de otra fuerza que no sea la visual y sus azulados seres son tan estereotipados y faltos de carisma que no consiguen captar el interés del espectador. Resultado; “Avatar” es una obra sin la emoción y vigor que se le presumía y que impresionará más por sus logradas 3 dimensiones y sus 400 millones de dólares gastados que por sus virtudes cinematográficas. Y eso viniendo de James Cameron, que siempre ha sido un realizador con gran pulso narrativo y buenas dotes para conjugar la espectacularidad artística con la tensión y atracción de sus historias, supone una sonora decepción.
"Avatar" con su avanzada tecnología, sus exóticos universos, sus naves de último diseño deleteirá la vista pero no otros sentidos. Y el cine, como arte capaz de conjugar sensaciones es mucho más que eso.
Azules también son los Na´vi de James Cameron con los que el director canadiense ha querido revolucionar el cine. Claro, que de aquí a un tiempo dudo si recordaré si los Na´vi eran azules o verdes turquesa porque a mi, "ni fú ni fá".
En todos estos años de inactividad (o no), que van desde que el Titanic se estrelló (12 nada menos) James Cameron ha observado atentamente como evolucionaba el aspecto técnico del cine. El otro aspecto, el que no se ve, el que se siente, involucionaba, pero ante eso Cameron no ha tenido nada que decir o aportar.
Desde luego no cabía esperar que el retorno del “rey del mundo” fuese a ser intimista o modesto ya que la carrera de Cameron siempre ha sido un “in crescendo” de excesos. Pulcros y bien definidos. Coherentes y divertidos. Siempre primando el plano técnico pero jugando con las posibilidades de la ciencia-ficción, la acción o el drama de constantes trágicas y logrando referentes en cada uno de los géneros a los que accedía.
Esta vez, James Cameron ha querido ir más allá de todo eso. Alcanzar una perfección lejos de los Gollums, King Kongs, Beowulfes y demás creaciones con las que el cine ha ido aumentando sus posibilidades narrativas y visuales en los últimos tiempos, diseñando una película para el principal lucimiento de los exóticos lugares y personajes que la protagonizan, o quizá sería mejor decir; de las avanzadas técnicas que los hacen posibles. Porque si algo es “Avatar” es una demostración de poderío visual y técnico. De superioridad y petulancia. Donde el cine es tan solo un escaparate para mostrar la última de las tecnologías.
De ahí que la historia de Pandora, a medio camino entre la acción, el cine bélico y el drama romántico, con mensaje ecológico implícito y el enésimo desenlace final con robot gigante incluido (desde “Iron Man” hasta “Transformers” pasando por “Distrito 9” resuelven de semejante manera su climax final), parezca ser lo de menos en medio de todo el artificio. En sus 164 largos minutos, el argumento de “Avatar” se muestra tan simple, manido y predecible como el menos trabajado de los blockbusters. El interés es claramente otro y James Cameron descuida reforzar la personalidad de sus protagonistas (no hay más que ver como se difumina el fuerte carácter del personaje de Sigourney Weaver, el poco peso en la historia de los escuderos de los Na´Vi o la escasa empatía que emite el heroe protagonista), se olvida de potenciar la historia de amor entre Jake Sully y Neytiri, que al menos hubiese conmovido al espectador más sensible, y descarta jugar con las posibilidades de un género como la ciencia-ficción que tan bien conoce.
Con ello, la película carece de otra fuerza que no sea la visual y sus azulados seres son tan estereotipados y faltos de carisma que no consiguen captar el interés del espectador. Resultado; “Avatar” es una obra sin la emoción y vigor que se le presumía y que impresionará más por sus logradas 3 dimensiones y sus 400 millones de dólares gastados que por sus virtudes cinematográficas. Y eso viniendo de James Cameron, que siempre ha sido un realizador con gran pulso narrativo y buenas dotes para conjugar la espectacularidad artística con la tensión y atracción de sus historias, supone una sonora decepción.
"Avatar" con su avanzada tecnología, sus exóticos universos, sus naves de último diseño deleteirá la vista pero no otros sentidos. Y el cine, como arte capaz de conjugar sensaciones es mucho más que eso.
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