Hay pesimistas cuya negatividad está fundamentada y otros que lo son por sistema. Alejandro González Iñarritu ha hablado en la totalidad de su filmografía desde que debutase con aquella excelente película llamada “Amores Perros” del dolor, la pena y la amargura, siempre justificados a través de casualidad y el destino. Sin embargo, con su último trabajo, “Biutiful”, Iñarritu se ha transformado en un pesimista caprichoso acercándose a sus temas favoritos y recurrentes sin argumentos suficientes para dotarlos de credibilidad.
Rodada en el lado más gris de Barcelona, con gran parte de su reparto español (Eduard Fernández, Ruben Ochandiano) y la inmigración y la subsistencia como “supuestos” leiv motivs de su narración, “Biutiful” más que una película dramática es un drama de película cuya principal intención es el seguimiento a un personaje- el de Uxbal, encarnado por un esforzado Javier Bardem- anclado en una vida miserable donde el sufrimiento es la constante y donde no existe ni un atisbo de esperanza para todo lo que le rodea.
Iñarritu no da concesiones de ningún tipo. Sólo aboga por la fealdad y la suciedad, fijando su cámara en la figura de Uxbal, al que acompaña sin quitar ojo durante todo el metraje, acercándose continuamente hasta el primer plano de su rostro del mismo modo que acerca su objetivo a los planos callejeros de una austera Ciudad Condal, probablemente la manera más vistosa con la que el director mexicano puede hacer demostrar al espectador su implicación y conocimiento del universo urbano y desamparado que retrata, aunque lo cierto es que Iñarritu, por muy cerca que fije su cámara está bien lejos de la realidad social siendo incapaz de dotar de verosimilitud a la historia, incapaz de llegar a ningún puerto con la trama y subtramas propuestas, cuya resolución (esas estufas, esa persecución policíaca en plenas Ramblas, más propia de un thriller) está a años luz de ser admisible.
Aquel “alma” del que Iñarritu hablaba en “21 gramos”, otro de sus dramas más angustiosos, brilla aquí por su ausencia, demostrando que la presencia de Guillermo Arriaga en el guión era parte importante en el consistente resultado final de sus tres primeros trabajos con los que el mexicano se metió al público en el bolsillo.
Suavizar su cine y dar un poco de esperanza a sus historias no le vendría nada mal al director de “Babel” si no quiere hastiar al espectador con su negativa y cada vez más vacua perspectiva de la existencia humana. Porque la vida tiene asperezas, sí, pero también hay luz más allá de tanta pena.
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