En la compatibilidad entre géneros, el falso documental y el terror casan especialmente bien. La cámara al hombro, la opinión de primera mano, la cercanía a los hechos que aporta el documental dotan de verismo y colateralmente de escalofríos a aquellas narraciones de lo paranormal. Desde la “revolucionaria” “El proyecto de la Bruja de Blair” hasta la vírica “REC” y la monstruosa “Cloverfield” pasando por sucedáneos como “Paranormal activity”, han aunado ambas disciplinas. Ahora “El último exorcismo”, lleva al terreno de los exorcismos esta falsa realidad en una película que no tiene absolutamente nada que ver con la imagen que sus trailers y posters promocionales intentan vender y cuya postura se aleja del efectismo habitual en el género.
El principal acierto de “El último exorcismo” está en su punto de partida. Su premisa desmitificadora y escéptica, su apuesta por el fraude como razón de las posesiones demoníacas la diferencian de las de su especie. El reportaje que el pastor Marcus y un equipo televisivo preparan, adentrándose en la América profunda y rural para tratar un supuesto caso de posesión carece de truculencia, hemoglobina y explicitud. Su verdadero terror no nace del extraño comportamiento de una niña ensangrentada en camisón, sino del provocado por esos americanos de Louisiana que rodean a la joven, seres llenos de supersticiones, creencias y estrechez de miras. Entre ambas posibilidades maneja Daniel Stamm, su director, el relato, sin perder el clima de inquietud constante que aporta el estilo adoptado y la historia tratada, consiguiendo captar poderosamente la atención del espectador aún prescindiendo del abuso de crucifijos, vómitos e insultos en latín aún cuando la cinta parece extender en exceso su ambigüedad hasta derivar hacía ningún camino concreto.
Sin embargo la existencia de un par de giros argumentales hacía el final del metraje justifican las intenciones de “El último exorcismo”, un film de terror sin terror que es honesto de principio a fin con su propia propuesta y que gustará al espectador que siga su juego sin esperar en ella aquello que títulos como “El Exorcista” o “El exorcismo de Emily Rose” o lo que películas de Eli Roth, su productor, pueden ofrecer.
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