2 de marzo de 2012

Martin Scorsese no entiende los sueños si no hay celuloide de por medio. Y para el bueno de Martin la magia de un film familiar, en 3 dimensiones y con elementos fantásticos sólo se obtiene a través de la nostalgia cinéfila. Es por eso que el relato de Brian Selznick, “La invención de Hugo” se ajusta como un guante a la memoria y predilección cinematográfica del cineasta neoyorkino a pesar de pertenecer a un género inexplorado y radicalmente opuesto al que nos tiene acostumbrados el director de “Uno de los nuestros”.

Iniciada con un plano secuencia absolutamente fabuloso con el que nos situamos en el Paris de comienzos del siglo XX, “La invención de Hugo” nos presenta al joven y dickensiano protagonista, Hugo, el cual sobrevive oculto entre engranajes mecánicos y hurtos alimenticios en la estación de Montparnasse. En ella, un microcosmos de pintorescos personajes conviven solitariamente con sus rutinas entre miles de pasajeros que deambulan a diario por los andenes parisinos. Entre ellos, Georges Meliès (Ben Kingsley), pionero del cine como arte de contar historias y ahora afligido juguetero en una pequeña tienda de la estación.


Hay sobrados elementos en el relato original para propiciar la aventura infantil; una llave que encontrar, un autómata con secreto guardado o el misterioso pasado del viejo Meliès. Elementos que harían las delicias de los seguidores de títulos como “La brújula dorada” o “Una serie de catastróficas desdichas”, sin embargo Scorsese prefiere ser didáctico a ser mágico. Lo que mueve realmente la historia de "La invención de Hugo" no son los secretos a descubrir sino las artes a compartir. Hugo muestra el cine a su amiga Isabelle. Ésta, a su vez, le descubrirá el fascinante universo de la literatura a través de una librería regentada por el encantador Monsieur Labisse (Christopher Lee).


Asistiremos por tanto a un bello cuento sobre el nacimiento del cine donde no faltan los hermanos Lumiere, el Viaje a la Luna de Meliès o incluso el Harold Lloyd de "El hombre mosca". Porque en "La invención de Hugo" la aventura se traduce en visitas furtivas a salas de proyecciones, el oráculo es un historiador de cine (Michael Stuhlbarg, alter ego de Scorsese) y una novela de Robin Hood es el bien más preciado. Todo muy del gusto de alguien que profesa un gran cariño al mundo del cine y que ha aprovechado la ocasión para rendir un tributo sincero (y casi obligado para entender su propia figura) a sus orígenes.


Orígenes que posibilitan a Scorsese el desarrollo de una lectura adicional, la oda a lo artesanal, presente en toda la película desde la estructura de hierro de la Torre Eiffel hasta la cueva de relojes donde habita el pequeño Hugo, pasando por los juguetes de la tienda de Meliès o, lo más importante, la orfebrería cinematográfica de este precursor del cine.


En la entregada y pasional visita al pasado de "La invención de Hugo" unicamente las subtramas generadas por los personajes de la estación, desde el guardia cojo encarnado por Sacha Baron Cohen, hasta la florista que interpreta Emily Mortimer (¿alguien dijo "Luces de la ciudad"), se resienten por culpa de (a veces reiterativas) las idas y venidas de Hugo e Isabella por desenmascarar a Georgès Melies. Aunque la destreza del guionista John Logan con un giro inesperado relacionado con el accidente de tren ocurrido en la estación de Montparnasse, dotará de desenlace a todas y cada una de ellas compensando los subrayados de su narración.


Con "La invención de Hugo", Scorsese ha ofrecido un blockbuster admirable, enriquecedor y lleno de genio, que, con todo, tendrá alguna dificultad en conectar con el espectador infantil y juvenil carente de curiosidad pero que asombrará y estremecerá al verdadero amante del séptimo arte. Puede que sea exclusivamente una película para hijos de cinéfilos o simplemente para éstos. Si de cinefilia es de lo que se trata, "La invención de Hugo" no dudará en invitarte a amar el cine y te cautivará si ya lo haces.


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Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

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