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20 de noviembre de 2019
"LA LA LAND", SOÑAR COMO TONTOS

Soltar el volante, abrir la puerta y bailar. Lo ideal sería lanzarse a mover el esqueleto y cantar para combatir las largas esperas de un atasco en carretera. Pero no, en la realidad eso ni ocurre ni ocurrirá, y si alguien decide hacerlo se jugará una buena sanción por alteración del orden público. 
Orden público. Que expresión. Vivimos en una sociedad extremadamente cínica. Continuamente molesta frente a aquello que se escape ligeramente de lo establecido. Tendentes a vivir alienados y enojados. Faltos de romanticismo.

“La La Land” va para aquellos que sueñan. Por tontos que puedan parecer. No lo digo yo, lo dice Mia Dolan en la gran audición de su vida. Lo dice Damien Chazelle, que a sus 32 añitos recien cumplidos sabe que para soñar hay que dejarse llevar y que para eso hay que recuperar géneros alegremente desprejuiciados.

En épocas difíciles el cine musical norteamericano siempre ha estado ahí para suavizar el hastío, para fomentar la desconexión. Durante la Gran Depresión, Ginger Rogers y Fred Astaire danzaron por el bien común. Las Grandes Guerras tuvieron el alivio de Gene Kelly, Judy Garland o Bing Crosby. Ahora, el bálsamo de Hollywood a la agresiva era Trump consiste en deleitarnos con Emma Stone y sus ojos de expresividad infinita y Ryan Gosling y su sonrisa de galán adorable entonando y enamorándose en las colinas de Los Ángeles para que así volvamos a casa con la crispación aplacada y nos sentemos frente a twitter más suaves que un guante, mirando la vida con una sonrisa, al menos durante los días o semanas que dure el recuerdo de esta feliz ciudad de las estrellas donde la realidad se construye a partir de unas notas de jazz interpretadas a piano, largas gravitaciones en el firmamento y suaves deslizamientos de pies. 
Ese jazz es el mismo jazz que ya marcaba los ritmos en “Whiplash”, otra manifestación del amor por el cine y música surgida desde las entrañas, hecha con el corazón y dueña de un discurso idéntico; triunfar conlleva renunciar. No hay éxito sin dolor. El Chazelle guionista vuelve a guardarse ese as en la manga para remover emociones por si no todavía no hubiésemos caído rendidos al candoroso idilio entre Mia y Sebastian, a la nostalgia de esa pureza del cine clásico de estudios en formas, estilo, colores (y planetarios), a su banda sonora tremendamente pegadiza o a ese juego tan de nuestro tiempo de adivinar los guiños y referencias que un producto audiovisual claramente evocador contiene.

Vale, “La La Land” no descubre el musical. De acuerdo, “La La Land” es una combinación de grandes momentos de la historia del género. Correcto, Emma Stone no es Leslie Caron. Ryan Gosling no es Frank Sinatra. Y claro, por muy impetuosos que sean sus travellings, Chazelle se dedica (con buena letra) a reproducir a Minelli, Demy y Donen. Pero por favor, deme usted otra entrada para “La La Land” y alégreme el día.





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27 de enero de 2015
"WHIPLASH": JAZZ MILITAR


El talento, ¿se tiene o se adquiere?. El fin, ¿justifica los medios?. La letra, ¿con sangre entra?. Estas cuestiones vienen a resumir el discurso de fondo que plantea la segunda películas tras las cámaras de un joven director (apenas 30 años) llamado Damien Chazelle, cuya todavía temprana carrera ha girado siempre alrededor de un denominador común, el jazz y la música (“Guy and Madeline on a Park Bench” y guionista de “Grand Piano”).

“Whiplash”, cortometraje antes de ser largometraje, enfrenta en un duelo interpretativo tremendamente efectivo a dos seres apegados al jazz, un joven batería con ganas de comerse el mundo y un disciplinado e imponente director de orquesta. El primero es puro entusiasmo e ilusión. Candidez. El segundo, la representación de una instrucción militar, el perfeccionismo nacido probablemente de una frustración personal adquirida.

Chazelle construye su película a partir de este desafío por lograr la excelencia musical y habla de la obsesión, la exigencia y los limites de la enseñanza hasta contraponer el marcial ideario del aterrador profesor de conservatorio encarnado por un impecable J.K.Simmons, con el consentido derroche de sangre,sudor y lágrimas del alumno que mantiene el tipo (estupendo Miles Teller) esperando la trascencendia en la percusión de jazz.

Aunque Chazelle (también guionista) rebusque en anecdotas sobre la superación unida al trabajo de grandes leyendas de la música como Charlie Parker o su intenso tramo final pueda provocar dudas sobre si estamos ante un film doctrinario acerca del sacrificio como medio para lograr la genialidad artística, “Whiplash” se acerca más a una película que muestra el gran ansia de la sociedad actual por el éxito y se cuestiona si “todo vale” para conseguirlo (ejemplificado en el personaje de Teller y en su relaciones con los personajes que le rodean en su vida más íntima).

Más allá de sus posibles argumentaciones de base, “Whiplash” es una de las películas más enérgicas y apasionadas que un servidor ha visto últimamente. Una cinta que desde su condición de modesta producción independiente crece hasta convertirse en un pequeño gran clásico gracias al entusiasmo que derrochan sus imágenes, a su ritmo endiablado y a un dominio excelente del montaje, la música y la realización cinematográfica. Un cinta tremendamente adictiva y pegadiza cual estandar de jazz.
No sabemos si a sus escasos 30 años, Damien Chazelle ha adquirido el talento a base de esquivar sillas lanzadas a su cabeza o soportar bofetadas, pero lo que está claro es que este director es de los que saben diferenciar si va adelantado o se retrasado o si el instrumento está desafinado, por lo que conviene no perder de vista sus próximos trabajos.
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