27 de enero de 2015


El talento, ¿se tiene o se adquiere?. El fin, ¿justifica los medios?. La letra, ¿con sangre entra?. Estas cuestiones vienen a resumir el discurso de fondo que plantea la segunda películas tras las cámaras de un joven director (apenas 30 años) llamado Damien Chazelle, cuya todavía temprana carrera ha girado siempre alrededor de un denominador común, el jazz y la música (“Guy and Madeline on a Park Bench” y guionista de “Grand Piano”).

“Whiplash”, cortometraje antes de ser largometraje, enfrenta en un duelo interpretativo tremendamente efectivo a dos seres apegados al jazz, un joven batería con ganas de comerse el mundo y un disciplinado e imponente director de orquesta. El primero es puro entusiasmo e ilusión. Candidez. El segundo, la representación de una instrucción militar, el perfeccionismo nacido probablemente de una frustración personal adquirida.

Chazelle construye su película a partir de este desafío por lograr la excelencia musical y habla de la obsesión, la exigencia y los limites de la enseñanza hasta contraponer el marcial ideario del aterrador profesor de conservatorio encarnado por un impecable J.K.Simmons, con el consentido derroche de sangre,sudor y lágrimas del alumno que mantiene el tipo (estupendo Miles Teller) esperando la trascencendia en la percusión de jazz.

Aunque Chazelle (también guionista) rebusque en anecdotas sobre la superación unida al trabajo de grandes leyendas de la música como Charlie Parker o su intenso tramo final pueda provocar dudas sobre si estamos ante un film doctrinario acerca del sacrificio como medio para lograr la genialidad artística, “Whiplash” se acerca más a una película que muestra el gran ansia de la sociedad actual por el éxito y se cuestiona si “todo vale” para conseguirlo (ejemplificado en el personaje de Teller y en su relaciones con los personajes que le rodean en su vida más íntima).

Más allá de sus posibles argumentaciones de base, “Whiplash” es una de las películas más enérgicas y apasionadas que un servidor ha visto últimamente. Una cinta que desde su condición de modesta producción independiente crece hasta convertirse en un pequeño gran clásico gracias al entusiasmo que derrochan sus imágenes, a su ritmo endiablado y a un dominio excelente del montaje, la música y la realización cinematográfica. Un cinta tremendamente adictiva y pegadiza cual estandar de jazz.
No sabemos si a sus escasos 30 años, Damien Chazelle ha adquirido el talento a base de esquivar sillas lanzadas a su cabeza o soportar bofetadas, pero lo que está claro es que este director es de los que saben diferenciar si va adelantado o se retrasado o si el instrumento está desafinado, por lo que conviene no perder de vista sus próximos trabajos.
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Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

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