Ser un líder en tu adolescencia es
como ser un niño prodigio; la gloria temprana no necesariamente significa un
futuro de éxitos. Si nos atenemos a la difícil vida adulta de la Mavis Gary (Charlize
Theron) de “Young Adult” o de Gary King (un impecable Simon Pegg) en
“Bienvenidos al fin del mundo” ("The World´s End") es, más bien, todo lo contrario, ese liderazgo anticipado
supone más una carga personal que un brillante porvenir.
Retroceder no es la mejor solución,
pero así lo entiende Gary King, que decide reunir a sus colegas de la infancia
para repetir momentos de popularidad quinceañera donde la cerveza y los rollos
furtivos en aseos de señora estaban a la orden del día. Esta incapacidad para
madurar es el leiv motiv de la película que cierra la “trilogía del cornetto”
(“Zombies Party” y “Arma Fatal”) ideada por el trío Edgar Wright-Simon
Pegg-Nick Frost, y también denominador común del cine de Wright que siempre ha
girado en torno al peterpanismo de sus protagonistas, a su fuerte sentido de la
amistad, al valor de una barra de bar de provincias y al valor añadido del
componente fantástico y/o de género que siempre acaba por relucir.
Sería muy interesante hablar del
potente e inesperado giro argumental que contiene esta historia de nostalgia
así como de la parodia que ésta introduce con respecto a determinadas cintas
capitales de la historia del cine, pero más interesante es omitir esta
información que permita acudir virgen a su visionado (algo que no hace su
trailer o un buen número de críticas del sector) garantizando así la sorpresa
que supone su agresivo cambio de tercio y por consiguiente una mejor
apreciación por parte del espectador del impacto y la efectividad de su
habilidad para la mezcla de géneros y estilos.
Independientemente de este súbito y maravilloso cambio de dirección que contiene “Bienvenidos al fin del mundo”, el gran fuerte de la película radica en la heterogeneidad de su discurso aún cuando se desmarca de su premisa inicial. Ocurra lo que ocurra, por impensable que sea, el verdadero de motivo de Gary y compañía (impagable reparto de secundarios habituales del cine de Wright como Martin Freeman o Paddy Considine) es el de superar sus frustraciones pasadas como ilusión para tener una vida mejor y bien vale un “milla de oro” cuya meta sea ingerir 12 pintas de cerveza, para eliminar complejos y avanzar hacía delante.
Y tanto en esta búsqueda de la
felicidad a través de la nostalgia como en la aventura imprevista posterior brilla,
una vez más el talento de Edgar Wright para el gag, para dotar de dinamismo a la
narración, para usar el montaje, los efectos de sonido y la selección musical
en beneficio del ritmo de “Bienvenidos al fin del mundo”. También para
conseguir un cierre coherente e indivisible para una trilogía fundamental como
la del “cornetto”. Un director total en el que ya han puesto sus miras gente
como Steven Spielberg o J.J.Abrams y que en un futuro podrá, a diferencia del
personaje de Gary King, mirar atrás en su carrera sin complejo alguno.
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