1 de abril de 2014

No existe el pueblo escondido entre montañas de Nebelsbad, como tampoco la república de Zubrowka a la que pertenece. Y por supuesto el Grand Hotel Budapest no es un majestuoso hotel alpino que podamos visitar y fotografiar. Ya nos gustaría.

Apenas transcurridos 5 minutos de la nueva película de Wes Anderson fantaseamos con la posibilidad de poder tener frente a nuestros ojos ese recóndito y fascinante rincón del planeta, ejemplo ficticio de una Europa imperial y asombroso tanto por su arquitectura como por su enclave geográfico y que Wes Anderson ha recreado valiéndose de unos de los trucos más antiguos del séptimo arte, las maquetas, inspiradas en el Grandhotel Pupp de Karlovy Vary, en la República Checa y rodando los interiores en diferentes emplazamientos del viejo continente como las abandonadas galerías comerciales Gorlitzer Warenhaus de Görlitz en Alemania o en el Corinthia Grand Hotel Royal Budapest en Hungría. Un impecable trabajo de localizaciones que unido a una dirección artística exquisita y una fuerte creatividad ejecutora como la de Anderson hacen que por apenas una hora y media de nuestras vidas experimentemos una de las grandes cualidades sensoriales por las que el cine merece la pena, la de trasportarnos por arte de magia a universos maravillosos.

Solo con su desbordante imaginación visual y su recreación de una Europa lujosa previa a la calamidad bélica, “El Gran Hotel Budapest” ya tiene mucho ganado. Pero lejos de ser otro de esos productos cuya plasticidad acaba dominando a su fondo argumental (circunstancia fácilmente achacable al cine de Wes Anderson), en esta ocasión, todo lo que hay tras la deslumbrante fachada de este hotel de los líos es emocionante y extraordinario. Su brillante alegoría de los últimos días de resplandor de la Europa Central. Su desfile de rostros familiares para el espectador que son un lúdico valor añadido para la cinta. Su inspiración cómica, a la que todos sus actores (cómicos en su mayoría) aportan su granito de arena (atención a Adrien Brody). Su naturaleza de fábula narrada en distintos tiempos (que sirve como homenaje al autor austriaco Stefan Zweig) que no hace ascos a su carácter más novelesco y aventurero (hay cárceles, trenes, investigaciones, intrigas, persecuciones, etc). Y, principalmente, el divertido y conmovedor dúo protagonista liderado por Ralph Fiennes como Mounsieur Gustav, el galante y refinado regente del Hotel Budapest (impecable trabajo del actor de "La Lista de Schindler") que encuentra en el debutante Tony Revolori  un inesperado mozo de portería (Zero Moustafa) capaz de aportar una réplica a la altura, hacen de “El Gran Hotel Budapest” una de las más experiencias más arrolladoras, festivas, luminosas y completas del cine reciente con ,además, un buen catálogo de objetos para completar la iconografía pop de nuestro tiempo.

Porque ya no solo soñamos con alquilar una habitación del Gran Hotel Budapest, también nos gustaría poder degustar los pastelitos Mendl´s u olfatear el aroma de L´air de Panache. Merito todo ello de la mente revolucionada y singular de Wes Anderson.

Información de localizaciones extraida de Blogtelopia
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Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

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