No existe el pueblo escondido
entre montañas de Nebelsbad, como tampoco la república de Zubrowka a la que
pertenece. Y por supuesto el Grand Hotel Budapest no es un majestuoso hotel
alpino que podamos visitar y fotografiar. Ya nos gustaría.
Apenas transcurridos 5 minutos de
la nueva película de Wes Anderson fantaseamos con la posibilidad de poder tener
frente a nuestros ojos ese recóndito y fascinante rincón del planeta, ejemplo
ficticio de una Europa imperial y asombroso tanto por su arquitectura como por
su enclave geográfico y que Wes Anderson ha recreado valiéndose de unos de los
trucos más antiguos del séptimo arte, las maquetas, inspiradas en el Grandhotel
Pupp de Karlovy Vary, en la República Checa y rodando los interiores en diferentes
emplazamientos del viejo continente como las abandonadas galerías comerciales
Gorlitzer Warenhaus de Görlitz en Alemania o en el Corinthia Grand Hotel Royal
Budapest en Hungría. Un impecable trabajo de localizaciones que unido a una
dirección artística exquisita y una fuerte creatividad ejecutora como la de
Anderson hacen que por apenas una hora y media de nuestras vidas experimentemos
una de las grandes cualidades sensoriales por las que el cine merece la pena,
la de trasportarnos por arte de magia a universos maravillosos.
Solo con su desbordante
imaginación visual y su recreación de una Europa lujosa previa a la calamidad
bélica, “El Gran Hotel Budapest” ya tiene mucho ganado. Pero lejos de ser otro
de esos productos cuya plasticidad acaba dominando a su fondo argumental
(circunstancia fácilmente achacable al cine de Wes Anderson), en esta ocasión,
todo lo que hay tras la deslumbrante fachada de este hotel de los líos es
emocionante y extraordinario. Su brillante alegoría de los últimos días de
resplandor de la Europa Central. Su desfile de rostros familiares para el
espectador que son un lúdico valor añadido para la cinta. Su inspiración
cómica, a la que todos sus actores (cómicos en su mayoría) aportan su granito
de arena (atención a Adrien Brody). Su naturaleza de fábula narrada en
distintos tiempos (que sirve como homenaje al autor austriaco Stefan Zweig) que
no hace ascos a su carácter más novelesco y aventurero (hay cárceles, trenes,
investigaciones, intrigas, persecuciones, etc). Y, principalmente, el divertido
y conmovedor dúo protagonista liderado por Ralph Fiennes
como Mounsieur Gustav, el galante y refinado regente del Hotel Budapest (impecable trabajo del actor de "La Lista de Schindler") que
encuentra en el debutante Tony Revolori un inesperado mozo de portería (Zero
Moustafa) capaz de aportar una réplica a la altura, hacen de “El Gran Hotel Budapest” una
de las más experiencias más arrolladoras, festivas, luminosas y completas del
cine reciente con ,además, un buen catálogo de objetos para completar la
iconografía pop de nuestro tiempo.
Porque ya no solo soñamos con
alquilar una habitación del Gran Hotel Budapest, también nos gustaría poder
degustar los pastelitos Mendl´s u olfatear el aroma de L´air de Panache. Merito todo ello de la mente revolucionada y singular de Wes Anderson.
Información de localizaciones extraida de Blogtelopia
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