24 de mayo de 2011



Tiene París algo que va más allá de su enorme estructura de hierro de Eiffel, del arco triunfal que preside los campos elíseos, de las braseries prestas al debate de sus clientes, de su sagrado corazón levantado en la colina de Montmartre, de sus puestos ambulantes fijados a ambos lados del río Sena. París contiene un encanto ancestral, un pedazo de historia que se adivina en cada rincón de la capital francesa, un componente evocador oculto en sus magnificentes bloques. El Woody Allen turista se descubre como un gran amante de la ciudad parisina y, particularmente, como conocedor de su componente intrínseco y cultural en “Medianoche en París” ofreciéndonos en su segunda visita a la capital gala (la primera fue con “Todos dicen I love you”) un inspiradísimo tour por el París de principios del siglo XX en el que sin duda es uno de sus mejores trabajos de los últimos años y su cinta más original desde “Desmontando a Harry”.

Medianoche en París” contiene, principalmente, dos elementos que al neoyorkino le suelen funcionar de maravilla; un personaje (o alter ego) nervioso, dubitativo pero romántico (encarnado por un estupendo Owen Wilson) y un componente mágico, casi de ciencia-ficción, que enlaza al protagonista con un mundo paralelo que permita explotar las incontables bazas que ofrece la brillante idea sobre la que gira el guión de Allen.

Elementos, en efecto, recurrentes en la filmografia de Woody, pero todavía eficaces, con los que Allen elabora un encantador tributo a París a la vez que rememora éxitos de décadas pasadas como “La rosa púrpura del Cairo” o “Sueños de un seductor” (que escribió y protagonizó) a la hora de aunar realidad y ficción, sentido del humor con intelectualidad, romance con enredo haciendo gala de verdadero ingenio y belleza.

Es este recorrido parisino una deliciosa fábula sobre la nostalgia y el anhelo, un relato sobre la propia condición del artista, el vacío y la necesidad de felicidad e integridad del creador. También sobre el valor del presente. Un cautivador paseo artístico por tiempos pasados donde saludaremos a figuras como Hemingway, Picasso o Toulouse Lautrec o Dalí (memorable la secuencia de los surrealistas) al tiempo que volveremos a enamorarnos de los ambientes parisinos.

Allen se revela joven y lleno de ideas con su visita a París con la cual mantiene una total sincronía que nunca llegó a lograr con Barcelona y que sí demostró con Londres. La ciudad de Roma (en su inquebrantable film anual) le espera con los brazos abiertos y nosotros con ella. Bendita costumbre la suya.
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Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

1 comentarios

  1. Deyre says:

    Totalmente de acuerdo con tu crítica. Woody Allen consigue en París lo que no logró en Barcelona, y hace de esa visión idealista y hermosa de la ciudad francesa su mejor arma. Sin duda su mejor película desde Match Point.