Reinventemos la expresión como lo haría Rodrigo Cortés; “El final justifica los medios”. Al menos eso es lo que parece haber pensado el director de “Buried” cuando ha orquestado una mayúscula producción alrededor de una trama argumental aparentemente compleja y definitivamente vacua que desemboca en un desenlace autoconvencido de ser la panacea. “Luces Rojas” es un tinglado más aparatoso que espectacular, mas pretencioso que ambicioso, más calculado que natural.
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Desde su prólogo de conseguida atmósfera pero nulo impacto ya se detecta el gran lastre de “Luces Rojas”; su grandeza visual está muy por encima de sus posibilidades. El esfuerzo de Cortés es loable pero desmedido. Cree en su historia tanto como el vidente Silver en sus trucos, pero el espectador no es tan ignorante y un único (y más bien torpe) plano de unas gafas de sol que revelan una mirada ciega es suficiente para que el público dude de tu talento.
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Es la presencia de Robert De Niro, Sigourney Weaver o Cillian Murphy lo más imponente de la película. Lo único que puede hacerte dudar de que “Luces Rojas” es una obra mayor de lo que es. No tanto la innecesaria aparición de otros personajes como el encarnado por Elizabeth Olsen, cuya nula aportación sólo parece justificada por dar vida a un personaje arquetípico del thriller norteamericano, género que Cortés idolatra y del que ha querido formar parte con “Luces Rojas”.
El desenlace de esta narración que enfrenta a gente que dobla cucharas y gente que antepone la ciencia a la fe es de esos finales efectistas que piden a gritos un segundo visionado, que necesitan de flashbacks para convencernos de su gran ocurrencia, que pretenden acreditar todo lo sucedido anteriormente por muy tramposo que sea. Y es que ya lo dice el personaje de Weaver en la película: “Hay dos grupos de dotados con un don especial: los que realmente creen tener algún poder, y los que creen que no podemos detectar sus trucos. Ambos se equivocan”. Rodrigo Cortés se equivoca.
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