En “Al límite” (“Bringing out the dead”, Martin Scorsese, 1999), Nicolas Cage interpretaba a un conductor de ambulancias del servicio nocturno en Nueva York, que tenía que lidiar con una abundante cantidad de desgracias. Incendios, drogadictos moribundos o criminalidad callejera conformaban el particular vía crucis diario de un Nicolas Cage alucinado y atormentado por su oficio entre el caos reinante de la ciudad, en contraposición con el gozo que su compañero de ambulancia, John Goodman, sentía con cada suceso a auxiliar.
En cada una de esas salidas muy probablemente habría uno o varios Lou Bloom merodeando y vampirizando la confusión y el desorden.
Scorsese elaboraba en aquella cinta otro de sus retratos habituales acerca de la peligrosidad nocturna en las grandes urbes norteamericanas, característica que ahora comparte, “Nightcrawler”, cambiando la ciudad de Nueva York por la de Los Ángeles pero manteniendo la inseguridad nocturna como uno de sus principales objetivos argumentales.
Tampoco es que la noche en Los Ángeles sea más peligrosa de un tiempo a esta parte. Es que ahora vemos televisados al detalle todos y cada uno de los sucesos que ocurren en cada ciudad. Un segundo foco de interés de “Nightcrawler” lo encontramos en ese sensacionalismo televisivo. En el interés creciente de los canales de cable de la pequeña pantalla por anteponer el morbo del suceso a la mera información periodística manejando la noticia para el propio beneficio de las cifras de una audiencia educada por medio de imágenes truculentas y cada vez menos rigurosas.
Y en esas llega el verdadero estímulo de “Nightcrawler”. La figura del citado Lou Bloom. Un tipo inadaptado y socialmente marginado que como si de un depredador nocturno se tratase, vaga por las calles esperando su momento, el cual encuentra, por casualidad, en el oficio de la caza de la imagen más escabrosa e insensible. Un personaje que por el disfrute y satisfacción personal que le reporta su nuevo cometido laboral estaría más cerca del conductor de ambulancias encarnado por John Goodman que del angustiado interpretado Nicolas Cage en “Al límite”.
El ansia incontenible que desprende la mirada de un alienado, raquítico y excesivo Jake Gylenhall, encaja a la perfección con la verdadera pretensión del director y guionista Dan Gilroy en “Nightcrawler”; atizar a la sociedad capitalista, a la cultura del riesgo. No triunfa tanto el que más talento tiene como el que menores escrúpulos y valores morales más reprobables atesora.
Una industria de la televisión que premia la deshumanización, el oportunismo, el egoísmo, la ambición y a la que Gilroy saca las verguenzas valiéndose de otro personaje escrito para tal propósito, una Renne Russo que a diferencia de Bloom si parece albergar algo de ética, aunque la haya perdido en el camino, inmersa en pleno afán por aumentar cuotas de audiencia.
Con una estética feísta y asociada al thriller negro nocturno (Martin Scorsese. Michael Mann) que aumenta las dosis de la toxicidad que puede respirarse en el ambiente de esas noches de fatalidad y acción, y con un par de secuencias en las que acompañamos al extrañamente seductor personaje de Gyllenhall hasta la cocina de sus grabaciones "supuestamente" ilegales siendo partícipe de sus comportamientos, "Nightcrawler" nos hace reflexionar hasta el punto de dudar de si con nuestra curiosidad televisiva hemos tenido parte de culpa en esa insensibilidad mediática generalizada. De si estamos más cerca del Nicolas Cage de "Al límite" o si, en realidad, nos hemos convertido en unos Lou Bloom ajenos a cualquier tipo de sentimiento que no sea el que provoca el dinero.
Tampoco es que la noche en Los Ángeles sea más peligrosa de un tiempo a esta parte. Es que ahora vemos televisados al detalle todos y cada uno de los sucesos que ocurren en cada ciudad. Un segundo foco de interés de “Nightcrawler” lo encontramos en ese sensacionalismo televisivo. En el interés creciente de los canales de cable de la pequeña pantalla por anteponer el morbo del suceso a la mera información periodística manejando la noticia para el propio beneficio de las cifras de una audiencia educada por medio de imágenes truculentas y cada vez menos rigurosas.
Y en esas llega el verdadero estímulo de “Nightcrawler”. La figura del citado Lou Bloom. Un tipo inadaptado y socialmente marginado que como si de un depredador nocturno se tratase, vaga por las calles esperando su momento, el cual encuentra, por casualidad, en el oficio de la caza de la imagen más escabrosa e insensible. Un personaje que por el disfrute y satisfacción personal que le reporta su nuevo cometido laboral estaría más cerca del conductor de ambulancias encarnado por John Goodman que del angustiado interpretado Nicolas Cage en “Al límite”.
El ansia incontenible que desprende la mirada de un alienado, raquítico y excesivo Jake Gylenhall, encaja a la perfección con la verdadera pretensión del director y guionista Dan Gilroy en “Nightcrawler”; atizar a la sociedad capitalista, a la cultura del riesgo. No triunfa tanto el que más talento tiene como el que menores escrúpulos y valores morales más reprobables atesora.
Una industria de la televisión que premia la deshumanización, el oportunismo, el egoísmo, la ambición y a la que Gilroy saca las verguenzas valiéndose de otro personaje escrito para tal propósito, una Renne Russo que a diferencia de Bloom si parece albergar algo de ética, aunque la haya perdido en el camino, inmersa en pleno afán por aumentar cuotas de audiencia.
Con una estética feísta y asociada al thriller negro nocturno (Martin Scorsese. Michael Mann) que aumenta las dosis de la toxicidad que puede respirarse en el ambiente de esas noches de fatalidad y acción, y con un par de secuencias en las que acompañamos al extrañamente seductor personaje de Gyllenhall hasta la cocina de sus grabaciones "supuestamente" ilegales siendo partícipe de sus comportamientos, "Nightcrawler" nos hace reflexionar hasta el punto de dudar de si con nuestra curiosidad televisiva hemos tenido parte de culpa en esa insensibilidad mediática generalizada. De si estamos más cerca del Nicolas Cage de "Al límite" o si, en realidad, nos hemos convertido en unos Lou Bloom ajenos a cualquier tipo de sentimiento que no sea el que provoca el dinero.
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