Tras el desastroso y desorientado resultado de la tercera entrega, los creadores de “Shrek” la saga de animación por excelencia de Dreamworks, decidieron parar, aunque no en seco, ni tampoco sin incluir la letra pequeña (la saga acaba pero surgirá el spin-off del gato con botas) ; las aventuras del verde ogro finalizarían con una cuarta parte que intentase arreglar los desperfectos que el cierre de la trilogía provocó en la muy apreciada franquicia y que aprovechase el tirón de las cacareadas tres dimensiones.
De este modo llega “Shrek: felices para siempre”, un fin de fiesta que sirve como recopilatorio del universo “shreksiano” y como guiño de despedida al que realmente fue su público, aquel que dejó la infancia hace un tiempo.
“Shrek; felices para siempre” llama la atención por el pesimismo inicial que atesora el famoso y generalmente bonachón ogro protagonista. La crisis de los cuarenta por la que atraviesa Shrek provocada por la rutina y la ausencia de libertad tras la llegada de los hijos, busca la empatía del espectador no infantil, que es, precisamente, aquel que siempre adoró la saga de Dreamworks y presenta una historia con marcado tono pesadillesco, donde sombras y brujas reemplazan a reinos y princesas.
El argumento de esta entrega, en el que Shrek vive su propia vida como si nunca hubiese existido, recuerda al que James Stewart tenía en ese otro cuento (no de hadas, sí navideño) llamado “¡Que bello es vivir!”. Recuperar a los suyos y recapacitar sobre sus sentimientos y acciones será la misión con la que Shrek tendrá que lidiar en este capítulo. Esta operación capaz de reinventar la existencia de “Muy Muy Lejos” y sus ciudadanos viene como anillo al dedo a los guionistas para hacer desfilar por última vez a la larga galería de secundarios y escenarios que conocimos en los títulos anteriores y en la cual vuelven a salir triunfantes “El gato con botas” o la “Galleta de jengibre” cuyas apariciones aportan toda la simpatía y humor que no asomó ni un ápice en la tercera parte.
Pero no busquen mucho más allá, la fórmula de “Shrek” está agotada y en sus asnos, ogros, hechizos y dragones ya no hay fuerza para la parodia, el chiste rápido o la sorpresa como tampoco el enésimo intento por lucir “adulta” parece adecuado a estas alturas.
Quedémonos con el recuerdo de su divertida y renovadora primera parte y confiemos en que a ese gato con botas con voz de actor malagueño le quede cuerda para, al menos, un par de “spin-offs”.
De este modo llega “Shrek: felices para siempre”, un fin de fiesta que sirve como recopilatorio del universo “shreksiano” y como guiño de despedida al que realmente fue su público, aquel que dejó la infancia hace un tiempo.
“Shrek; felices para siempre” llama la atención por el pesimismo inicial que atesora el famoso y generalmente bonachón ogro protagonista. La crisis de los cuarenta por la que atraviesa Shrek provocada por la rutina y la ausencia de libertad tras la llegada de los hijos, busca la empatía del espectador no infantil, que es, precisamente, aquel que siempre adoró la saga de Dreamworks y presenta una historia con marcado tono pesadillesco, donde sombras y brujas reemplazan a reinos y princesas.
El argumento de esta entrega, en el que Shrek vive su propia vida como si nunca hubiese existido, recuerda al que James Stewart tenía en ese otro cuento (no de hadas, sí navideño) llamado “¡Que bello es vivir!”. Recuperar a los suyos y recapacitar sobre sus sentimientos y acciones será la misión con la que Shrek tendrá que lidiar en este capítulo. Esta operación capaz de reinventar la existencia de “Muy Muy Lejos” y sus ciudadanos viene como anillo al dedo a los guionistas para hacer desfilar por última vez a la larga galería de secundarios y escenarios que conocimos en los títulos anteriores y en la cual vuelven a salir triunfantes “El gato con botas” o la “Galleta de jengibre” cuyas apariciones aportan toda la simpatía y humor que no asomó ni un ápice en la tercera parte.
Pero no busquen mucho más allá, la fórmula de “Shrek” está agotada y en sus asnos, ogros, hechizos y dragones ya no hay fuerza para la parodia, el chiste rápido o la sorpresa como tampoco el enésimo intento por lucir “adulta” parece adecuado a estas alturas.
Quedémonos con el recuerdo de su divertida y renovadora primera parte y confiemos en que a ese gato con botas con voz de actor malagueño le quede cuerda para, al menos, un par de “spin-offs”.
Buenas
Totalmente de acuerdo con la crítica. Se podría haber titulado "¡Qué bello es rugir!". Eché de menos a un personaje de la primera parte: Lord Farquaad.
Un saludo
Pues sí, porque Rumplenstinkin es tan solo un intento fallido de repetir al villano de la primera entrega.
Saludos y feliz verano, Major!
Una lástima que la fórmula se agotara tan rápido: las dos primeras entregas eran, si no sobresalientes, notables.