En el año 2008, un actor venido a menos llamado Michael Keaton se ponía tras las cámaras por primera vez para dirigir una cinta llamada “Caballero y asesino”, donde además se guardaba el papel protagonista de un sicario algo desencantado con su vida que se plantea el suicidio como solución a sus males pero que encuentra en la figura de una joven secretaria una esperanza para su compleja existencia.
Un cinta crepuscular, inédita en las salas españolas, y de trayectoria casi inexistente en EEUU con la que Michael Keaton intentó dar un espaldarazo a una maltrecha carrera que lo había abocado a ejercer de padre de Lindsay Lohan en “Herbie: a tope” o a convertirse en un muñeco de nieve parlante en otro título para toda la familia como “Jack Frost”.
Lejos quedaban los tiempos en que Michael Keaton se convirtió en el actor mejor pagado de principios de los 90, gracias a enfundarse el oscuro traje de “Batman” en las dos primeras entregas de la adaptación llevada a cabo por Tim Burton del superhéroe de DC Comics.
Esa situación, en la que un actor en horas bajas busca relanzar su figura a través de un trabajo alejado de toda moda, es el punto de partida de “Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia)”, la primera película del mexicano Alejandro González Iñárritu que se aleja del drama intenso y desgarrador ofrecido en títulos como “Biutiful”, “21 Gramos” o “Babel” y en cuya elección de Keaton como verdadero protagonista y motor de su película está uno de los muchos aciertos que atesora.
En ella, Michael Keaton interpreta a su sosías, Riggan Thomson, antigua estrella del cine por haber interpretando a un célebre superhéroe en una trilogía de gran éxito, que trata de dar un nuevo rumbo a su vida preparándose para el estreno de una obra teatral en Broadway autoproducida, “De qué hablamos cuando hablamos de amor” de Raymond Carver y con la que mantiene la esperanza de recuperar la popularidad perdida.
No es que lo que cuente “Birdman” no lo hayamos visto ya. Muchas veces Hollywood nos ha mostrado la crueldad y el ostracismo del propio Hollywood con los actores que sobrepasan cierta edad. Otras tantas veces hemos sido testigos de cómo las películas ajustan cuentas contra esa crítica de cine tendenciosa que les propina reseñas destructivas. En infinidad de ocasiones, la industria se ha reído del actor excéntrico entregado al método y del actor con ínfulas de autor. Ha disertado sobre el rechazo a lo comercial como camino hacía el reconocimiento artístico. Y en muchas otras, el cine ha retratado, incluso parodiado, la ansiedad de la estrella por recuperar el prestigio, la obsesión por la fama, el reconocimiento y/o la alimentación del ego. También, ha elaborado ese joven discurso sobre la imprescindible presencia en las redes sociales como sinónimo de popularidad. Nada nuevo en el fondo, en efecto, pero en su forma nunca abordado desde una propuesta visual tan deslumbrante como la que ha diseñado Iñárritu.
Si su paisano, amigo y colega de profesión, Alfonso Cuarón ofrecía el pasado año una experiencia única para el espectador al trasladarlo al espacio exterior en “Gravity”, Iñárritu ha querido emular su ambición planteando otro acontecimiento singular para la audiencia, la posibilidad de introducirse en los pasillos del backstage del teatro St. James del mismísimo Broadway neoyorkino, de caminar entre los anuncios publicitarios de Times Square, de contemplar casi en primera persona la preparación del estreno de una obra teatral en pleno centro del planeta.
Lo ha hecho utilizando esa virtuosidad técnica llamada “plano secuencia” y alargándola hasta la totalidad de su metraje. Una única toma de extrema dificultad que requiere un alto manejo de la puesta en escena y que apoyada en la imprescindible figura del director de fotografía Emmanuel Lubezki (ganador del Oscar por “Gravity” y responsable también del memorable plano secuencia de “Hijos de los hombres”) y en un montaje que camufla esa falsa continuidad, hacen de “Birdman” una obra de tremenda astucia estética y de gran dinamismo narrativo, el necesario para ilustrar un guión que acompaña entre bambalinas las inseguridades, frustraciones, miserias y excitaciones emocionales inherentes a un ecosistema de actores que reúnen todos los tics de la profesión (excelente trabajo de gente como Edward Norton, Emma Stone Zack Galifianakis o Naomi Watts).
Las concesiones al surrealismo de una conciencia que te guía hacía el orgullo y el ego más destructor, un parte meta que cita nombres del panorama cinematográfico contemporáneo con especial hincapié en el cine de superhéroes o una batería de jazz improvisada de marcada presencia completan esta combinación imposible en la que Iñárritu acumula la mayor cantidad de temas y mecanismos técnicos disponibles por el cine y el trabajo actoral. A pesar de su amplia gama de elementos reunidos para la causa, "Birdman" acaba siendo ante todo, el trampolín para el resurgir de un actor olvidado, Michael Keaton.
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