En “Millones” (2004), Danny Boyle
narró una fabula familiar con una clara moraleja; el dinero no lo es todo. Lo
material no da la
felicidad. Sin embargo, Boyle no parece haber interiorizado
su propia misiva, desde “Tumba abierta” (1994) hasta “Slumdog Millionaire”
(2008), Boyle ha diseñado sus relatos alrededor de un buen puñado de billetes,
y su última película, “Trance” (2013) no elude el ansía por el botín rápido.
Tomando como premisa el cine de
robos y atracos, pictóricos para ser más exactos, Boyle, junto a su más
primigenio guionista John Hodge, con el que creó “Transpotting”, experimentan
un thriller con varias capas, especialmente cargado de giros argumentales,
donde explorar los recovecos de la psique, volver a hacer gala de movimientos
eléctricos de cámara y montaje impulsivo. Su maravillosamente rodado prólogo y
sus minutos inmediatamente posteriores son capaces de subir al espectador al
carro de la historia.
Menos acelerado y más cercano a las convenciones del thriller
medio, Boyle nos sitúa en un Londres estilizado, más concretamente en una casa
de subastas donde merodean varios personajes agilmente definidos por el duo
Boyle-Hodge, los cuales plantean un McGuffin que dominará los minutos iniciales
del relato. Pero como en muchos otros trabajos del director británico
(“Sunshine”, “28 días después”), de lo inicialmente expuesto nace otra película
completamente nueva y diferente. El McGuffin del cuadro de Francisco de Goya es
precisamente eso, una excusa argumental en toda regla para convertir a “Trance”
en un thriller onírico que se permite proponer un rompecabezas para el
espectador a través de las fragilidades de un mente desordenada, del cual
nacerá complementariamente una historia de romance a tres bandas conformado por
un James McAvoy de cuestionable comportamiento, un Vincent Cassell tan
elegantemente amenazador como siempre y una Rosario Dawson, totalmente
entregada a un personaje sobre el cual se sostienen todas las posibilidades de
la narración.
En Dawson se reúnen la hipnotista de la que emerge esta deconstrucción del relato noir, la femme fatale que da sentido al género, el vértice principal del triangulo romántico-erótico que fija la atención de los personajes y del espectador. Probablemente sea este el papel más generoso que haya tenido la actriz norteamericana hasta la fecha.
Como si del personaje de Dawson se tratase, Boyle juega con nosotros moviéndose entre la frontera entre lo real y lo ficticio, haciendo filigranas de guión que desconcierten cualquiera que pretenda anticiparse al relato. En esos malabarismos, el director de “127 horas” parece disfrutar utilizando sus herramientas preferidas (uso de la música, cámara nerviosa) para convertirse en el propio hipnotista de su historia. Boyle cautiva y atrae para posteriormente dirigirnos a su antojo por un thriller del que una vez que entras no eres capaz de salir. “Trance” es una película hábil, profesional, bulliciosa que en manos de otro director podría haber sido un completo caos pero que solo Boyle sabe manejar con mano ferrea hasta fascinarnos como buen prestidigitador del cine que es.
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