18 de junio de 2013


En “Millones” (2004), Danny Boyle narró una fabula familiar con una clara moraleja; el dinero no lo es todo. Lo material no da la felicidad. Sin embargo, Boyle no parece haber interiorizado su propia misiva, desde “Tumba abierta” (1994) hasta “Slumdog Millionaire” (2008), Boyle ha diseñado sus relatos alrededor de un buen puñado de billetes, y su última película, “Trance” (2013) no elude el ansía por el botín rápido.

Tomando como premisa el cine de robos y atracos, pictóricos para ser más exactos, Boyle, junto a su más primigenio guionista John Hodge, con el que creó “Transpotting”, experimentan un thriller con varias capas, especialmente cargado de giros argumentales, donde explorar los recovecos de la psique, volver a hacer gala de movimientos eléctricos de cámara y montaje impulsivo. Su maravillosamente rodado prólogo y sus minutos inmediatamente posteriores son capaces de subir al espectador al carro de la historia. Menos acelerado y más cercano a las convenciones del thriller medio, Boyle nos sitúa en un Londres estilizado, más concretamente en una casa de subastas donde merodean varios personajes agilmente definidos por el duo Boyle-Hodge, los cuales plantean un McGuffin que dominará los minutos iniciales del relato. Pero como en muchos otros trabajos del director británico (“Sunshine”, “28 días después”), de lo inicialmente expuesto nace otra película completamente nueva y diferente. El McGuffin del cuadro de Francisco de Goya es precisamente eso, una excusa argumental en toda regla para convertir a “Trance” en un thriller onírico que se permite proponer un rompecabezas para el espectador a través de las fragilidades de un mente desordenada, del cual nacerá complementariamente una historia de romance a tres bandas conformado por un James McAvoy de cuestionable comportamiento, un Vincent Cassell tan elegantemente amenazador como siempre y una Rosario Dawson, totalmente entregada a un personaje sobre el cual se sostienen todas las posibilidades de la narración.


En Dawson se reúnen la hipnotista de la que emerge esta deconstrucción del relato noir, la femme fatale que da sentido al género, el vértice principal del triangulo romántico-erótico que fija la atención de los personajes y del espectador. Probablemente sea este el papel más generoso que haya tenido la actriz norteamericana hasta la fecha.

Como si del personaje de Dawson se tratase, Boyle juega con nosotros moviéndose entre la frontera entre lo real y lo ficticio, haciendo filigranas de guión que desconcierten cualquiera que pretenda anticiparse al relato. En esos malabarismos, el director de “127 horas” parece disfrutar utilizando sus herramientas preferidas (uso de la música, cámara nerviosa) para convertirse en el propio hipnotista de su historia. Boyle cautiva y atrae para posteriormente dirigirnos a su antojo por un thriller del que una vez que entras no eres capaz de salir. “Trance” es una película hábil, profesional, bulliciosa que en manos de otro director podría haber sido un completo caos pero que solo Boyle sabe manejar con mano ferrea hasta fascinarnos como buen prestidigitador del cine que es.
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Written by Roberto García

Escrito con mucho esmero e ilusión desde Albacete. Comenta si te apetece y si no, escucha nuestro programa de radio, que también tiene su aquel.

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